Un recurso compositivo que ya utilizaban con frecuencia algunos pintores románticos, como Casper David Friedrich, y que los fotógrafos de naturaleza tenemos oportunidad de explorar.
Denostado por algunos de los grandes fotógrafos paisajistas del siglo XX, como Ansel Adams, o mostrándonos toda su fuerza creativa y simbólica por otros, como Gallen Rowell, sigue siendo un tema ciertamente discutido.
Y lo es, desde mi punto de vista, no por una cuestión puramente estética, en la que las razones para incluir la figura humana en el paisaje en determinadas fotografías está sobradamente justificada, desde una perspectiva compositiva. Ya sabemos que un paisaje monumental, en el que no entendemos sus dimensiones una vez fotografiado, pierde fuerza. La figura humana puede aportar la escala necesaria para comprender la dimensión real del paisaje, aportando sentido a la imagen, y también cierta carga simbólica y emotiva.
Pero la controversia real, viene dada por cuestiones filosóficas y culturales, no tanto por las técnicas creativas o compositivas. El ser humano viéndose a sí mismo fuera del orden natural.
La dicotomía entre lo cultural y lo natural, un tema apasionante que grandes pensadores de todos los tiempos y diferentes escuelas y disciplinas lo abordan en su obra, sin una respuesta clara, y que la fotografía puede poner en valor.
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Nikon F-801s con Nikkor 24mm. f2.8. F16 y 1/125 seg. Película Fuji Velvia 50 y piolet usado como trípode.
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Aurora boreal en la isla de Senya (norte de Noruega)
Ya conocemos su origen, como se forman y evolucionan. De hecho existen métodos de observación científica para poder preverlas con unos minutos de antelación, aunque eso si, con un margen de error todavía importante. Estando identificados, por ejemplo, los periodos de mayor actividad solar, conocemos los ciclos energéticos del sol y sus consecuencias sobre la tierra. Sin embargo siguen despertando la misma admiración, las mismas sensaciones de que algo mágico, algo divino está ocurriendo.
Aurora boreal en un bosque nevado de los Alpes de Lyngen (norte de Noruega)
Fotografiar una emoción es desde mi punto de vista el mayor logro que un fotógrafo de cualquier disciplina puede obtener. La imagen de lo intangible, la representación de una realidad misteriosa, el saber que ese momento no se va a repetir jamás y que esas fugaces luces y formas en constante transformación desaparecerán en unos minutos, tal vez segundos.
Aurora boreal en Jökulsárlón (sureste de Islandia)
Esta emoción es la que me lleva a pensar en los momentos de mayor felicidad al fotografiar las luces del norte. Y no es otro que durante los 20 ó 30 segundos de exposición mas los 20 ó 30 de procesado de la imagen. Cuando te olvidas de diafragmas, de tiempos de obturación, de composición, cuando en absoluto silencio contemplas sin mas la magia del momento y te dejas llevar por la emoción, esa misma que queremos transmitir y que tal vez nosotros mismos no seamos capaces de disfrutar tras nuestras cámaras.
Aurora boreal en un bosque nevado de los Alpes de Lyngen (norte de Noruega)
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