La primavera pasada estuve unos días en Lofoten, el archipiélago noruego al norte del círculo polar. No pretendo aquí ofrecer una guía de viaje ni dar un listado de cosas para no perderse, solamente dejo las impresiones que me traje de allí.

Lo cierto es que mis fotos no hacen justicia, ni de lejos, a la impresionante belleza de esas islas. Aunque Lofoten es un destino típico de auroras boreales en invierno, yo viajé en junio durante el período del sol de medianoche. Tenía la esperanza de fotografiar esos atardeceres polares que duran horas de los que me había hablado mi amigo Koldo Badillo. En total apenas tuve veinte minutos de luz directa. Es lo que pasa en lugares de clima extremo cuando nuestro tiempo es limitado.

A pesar de esto, en ningún otro lugar he visto cielos con tanta fuerza. Al pie de picos nevados, el fondo arenoso de las playas produce unos tonos turquesa en el agua más propios de Caribe que del círculo polar. Y la sensación de calma fotografiando un paisaje con luz natural a las dos de la madrugada, cuando no se oye literalmente ni una mosca porque es de día y de noche al mismo tiempo, es algo muy especial.

Noruega es un país increíblemente hermoso. Sus «descartes», esos parajes entre los fiordos, los parques nacionales del sur y las islas del norte, serían una atracción natural de primer nivel en casi cualquier país del mundo. Y entre todas esas maravillas, Lofoten destaca muy por encima, al menos a mi modo de ver.