Vivimos tiempos de ebullición en la fotografía de Naturaleza, en los que se prodigan talleres festivales, quedadas, formaciones, presentaciones de libros, exposiciones y movimiento en las redes sociales.
Hoy parece que sin un número mínimo de “likes” en Facebook o twitter, sin aparecer, relacionarse, y si es posible, presentar públicamente tu trabajo en los principales eventos sobre la fotografía de naturaleza en nuestro país, sin promocionar una nueva exposición e intentar llevarla más allá de los límites en los que la enmarca la sociedad que nos toca vivir, o intentar que nuestro trabajo quede perpetuado para los anales en una publicación de entidad, por no hablar del sueño definitivo de que nuestro trabajo sea publicado en un libro o formar parte del elenco ganador de un concurso de prestigio que nos permita trascender como autores, tendemos a sentir que quizás no somos nadie…
No seré yo quien haga crítica a este “status quo”, no cuando, como coordinador de este colectivo, mis prioridades van en la línea de conseguir cada vez un paso más en la búsqueda de la trascendencia como grupo de fotógrafos con alma un tanto artística. No cuando, desde mi proyección personal, creo que cualquier proyecto sin una estrategia bien estructurada y dirigida a medio-largo plazo basado, por supuesto, en la calidad de nuestro trabajo sin la que no tiene sentido el inicio de un recorrido, pero necesariamente acompañado de una mentalidad un tanto estratégica y orientada al mercado, tendría pocas posibilidades de futuro.
No obstante, y una vez dicho esto, me parece sano saber detenerse de tanto en cuando y dejar pasar un poco de tiempo liberándonos del frenesí, la ambición de progreso, y por qué no, ciertas rivalidades surgidas en este caminar, para intentar recuperar el sabor de los orígenes de una actividad pura, honesta e ilusionada en sus inicios y en muchos casos cimentadas en la infancia, pero siempre caminante bajo la amenaza de perder su inocencia en la búsqueda de la trascendencia.
Por ello, quiero recordar desde estas líneas cierta sensación de nostalgia referida a esos orígenes, a las salidas al campo con inocencia ilusionada de la búsqueda de la luz mágica en los momentos dorados o de la hora azul, a los sueños de creación dando nuevos pasos en nuestras progresiones fotográficas, a la admiración pura, sincera y exultante en el descubrimiento de aquellos trabajos de otros fotógrafos que posteriormente serán compañía e inspiración en nuestro caminar, a las relaciones de amistad que se han ido tejiendo ilusionadas entre nosotros, fotógrafos soñadores de progresión…
No olvidemos las bases sobre las que progresamos, y no dejemos de intentar progresar sin renunciar a ellas, pues este es un equilibrio tan delicado como precioso, un equilibro que debemos de intentar cuidar con mimo, y evitar que se pueda romper, pues cuando lo hace, siempre se rompe algo muy valioso en nuestro interior, tal vez el motor y guía principal del itinerario sobre el que transita nuestra progresión.