Este año he podido visitar Japón, un país que nunca ha estado en mi lista, pero al que en poco tiempo me animé a ir por diferentes motivos. En el imaginario colectivo del gremio fotográfico Japón es sinónimo de grullas en paisajes nevados, macacos en aguas termales y escenas de arcos orientales en medio de mares sedosos.
Con toda la intención de evitar esas imágenes, pero con mucha curiosidad por ver el Japón menos conocido, planeé mi viaje por una de las islas del sur del país recorriendo poca distancia, con tiempo para detenerme y explorar, viendo menos pero estando más.
A la vuelta, mis fotos han resultado ser muy poco japonesas: detalles de rocas y arroyos, alguna cascada y poco más. Motivos presentes en muchas otras partes del mundo y que todos ciertamente hemos captado repetidamente.
Sin embargo, este ha resultado mi viaje fotográfico más interesante y motivador. Mi sensación ha sido la de visitar otro planeta, formado por los mismos elementos que conocemos pero dispuestos de un modo distinto por causa de una geología y un clima propios. Así, los sentidos del fotógrafo detectan formas y colores nuevos. El agua es diferente, también las copas de los árboles, la hierba y el musgo sobre las rocas. Hasta los olores son nuevos. El resultado han sido horas absorto y concentrado detrás de la cámara.
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