Este año he podido visitar Japón, un país que nunca ha estado en mi lista, pero al que en poco tiempo me animé a ir por diferentes motivos. En el imaginario colectivo del gremio fotográfico Japón es sinónimo de grullas en paisajes nevados, macacos en aguas termales y escenas de arcos orientales en medio de mares sedosos.

Con toda la intención de evitar esas imágenes, pero con mucha curiosidad por ver el Japón menos conocido, planeé mi viaje por una de las islas del sur del país recorriendo poca distancia, con tiempo para detenerme y explorar, viendo menos pero estando más.

A la vuelta, mis fotos han resultado ser muy poco japonesas: detalles de rocas y arroyos, alguna cascada y poco más. Motivos presentes en muchas otras partes del mundo y que todos ciertamente hemos captado repetidamente.

Sin embargo, este ha resultado mi viaje fotográfico más interesante y motivador. Mi sensación ha sido la de visitar otro planeta, formado por los mismos elementos que conocemos pero dispuestos de un modo distinto por causa de una geología y un clima propios. Así, los sentidos del fotógrafo detectan formas y colores nuevos. El agua es diferente, también las copas de los árboles, la hierba y el musgo sobre las rocas. Hasta los olores son nuevos. El resultado han sido horas absorto y concentrado detrás de la cámara.

Aurora boreal en la isla de Senya (norte de Noruega)

Ya conocemos su origen, como se forman y evolucionan. De hecho existen métodos de observación científica para poder preverlas con unos minutos de antelación, aunque eso si, con un margen de error todavía importante. Estando identificados, por ejemplo, los periodos de mayor actividad solar, conocemos los ciclos energéticos del sol y sus consecuencias sobre la tierra. Sin embargo siguen despertando la misma admiración, las mismas sensaciones de que algo mágico, algo divino está ocurriendo.

Aurora boreal en un bosque nevado de los Alpes de Lyngen (norte de Noruega)

Fotografiar una emoción es desde mi punto de vista el mayor logro que un fotógrafo de cualquier disciplina puede obtener. La imagen de lo intangible, la representación de una realidad misteriosa, el saber que ese momento no se va a repetir jamás y que esas fugaces luces y formas en constante transformación desaparecerán en unos minutos, tal vez segundos.

Aurora boreal en Jökulsárlón (sureste de Islandia)

Esta emoción es la que me lleva a pensar en los momentos de mayor felicidad al fotografiar las luces del norte. Y no es otro que durante los 20 ó 30 segundos de exposición mas los 20 ó 30 de procesado de la imagen. Cuando te olvidas de diafragmas, de tiempos de obturación, de composición, cuando en absoluto silencio contemplas sin mas la magia del momento y te dejas llevar por la emoción, esa misma que queremos transmitir y que tal vez nosotros mismos no seamos capaces de disfrutar tras nuestras cámaras.

Aurora boreal en un bosque nevado de los Alpes de Lyngen (norte de Noruega)

Esta es la historia de cómo llegué a realizar la foto que se convirtió en mi primera foto publicada y premiada en una revista especializada de fotografía. Todo empezó en el verano de 1992, cuando cayó en mis manos el nº 5 de la revista Altaïr, dedicada a los viajes, antropología y naturaleza. Aunque a decir verdad, mi afición a la naturaleza empezó con Felíx Rodríguez de la Fuente y “El Hombre y La Tierra” por el año 1974, con 13 años de edad, gracias a un amigo apasionado de las águilas y otros animales que habitaban en las sierras de Almansa.

En aquella portada de Altaïr aparecía la cara resplandeciente de un niño esquimal iluminado por la calidez del sol del ártico, ya que el reportaje principal era sobre sobre Alaska y Yukón. Recuerdo que devoré con ansia aquel reportaje, que me apasiono de tal manera que lo leía y estudiaba las fotos una y otra vez. Aquello fué la semillita que me llevó al Yukón al año siguiente, en 1993. Era pura pasión lo que sentía mientras pensaba y me imaginaba recorriendo aquel territorio de Canadá, con osos salvajes e inmensos bosques y montañas nevadas, y a nada menos que a 9.000 km de mi pueblo, para mi y mi novia aquello era una loca aventura, aunque yo tenía la zona estudiada y el recorrido repasado y repasado troprecientas veces.

Más o menos 4 años antes mi vida había dado un gran giro y empecé a hacer excursiones y escala. Además coincidió con que la empresa donde trabajaba hizo la primera reducción de plantilla y me fuí a la calle. Pero como dice el refrán “no hay mal que por bien no venga”, y con el dinero del despido me compré la 1ª Nikon F801s, y ya tenía cámara fotográfica para practicar y estudiarla antes del viaje, que también iba preparando y compaginando con la lectura de libros de Jack London.

Nuestra estancia en Canadá duró el mes de agosto completo de 1993. Estábamos alojados en un camping de Whitehorse junto al río Yukón. Una noche con luna nos acercamos a un puente desde donde había una buena foto de la luna y su reflejo en el agua del río. Así fué como hice esta foto de la luna y su reflejo en el río mítico río Yukon, en Whitehorse (Canadá), que en el año 1994 se publicó en la revista FV (Foto-Vídeo Actualidad) nº 69, en la sección fotos Comentadas, que tenía un premio de 10.000 pesetas. Con las fotos de este viaje comencé mi andadura en la profesión fotográfica.