A veces me pregunto que atrae tanto de una cueva, si… a fin de cuentas, acostumbra a ser un espacio cerrado, o con salidas angostas, con olor a humedad, poca visibilidad, y puede que criaturas no muy visibles. Sin embargo está en la naturaleza del hombre su afán a descubrirlas, a conocerlas, ubicarlas y hasta fotografiarlas.
Bien es cierto que sus paredes son testigos de historias pasadas, son registro de la riqueza de un planeta que no solo da y es vida, sino que desprende belleza allí donde uno se digna a mirar. Bien cierto es, también, que en épocas bien lejanas fueron éstas cobijo y salvavidas para el hombre… Pero. ¿Y ahora? ¿En pleno S.XXI?
Protagonistas de películas, de pensamientos filosóficos, el ser humano siempre ha tenido interés por Ellas. Su afán aventurero, y sus ganas de ir siempre un paso más allá, le otorgan a estas grietas de la madre tierra un plus importante, un caramelito que siempre se rehace, porque siempre hay evolución, siempre cambios que mantienen su aura de misterio. Si además ésta deja pasar la luz, transformando oscuridad en majestuosa arquitectura natural, hasta los que sienten cierta claustrofobia, los más reacios, se olvidan y disfrutan.
¿Será que sus repliegues, su capacidad para sorprender, esa sensación que genera miedo y atracción por lo desconocido, hace que nos atrapen de manera absoluta? ¿Será que nos recuerda a nuestro transito en el nacimiento? O será quizás, que nuestro cerebro, ese gran órgano, motor y actor de nuestro ser, siente una profunda empatía, por ser también el gran desconocido, capaz, al igual que Ellas, de sorprender, asustar y maravillar?
En cualquier caso, y desde la más absoluta de las realidades personales, al MITO de la Caverna, y/o películas como La Cueva, La Caverna Maldita, pasando también por Indiana Jones, Superman, etc… Éstas siempre cautivan, o atemorizan… Pero jamás se olvidan!