A menudo cuando seleccionamos nuestras imágenes nos surgen millones de dudas.
Cuesta decidir cual tiene mas fuerza, mas garra, cual enganchará mas al espectador.
Cuando lo que fotografiamos son paisajes, abstracciones, plantas, las dudas en la selección suelen ser compositivas y técnicas.
Cuando hablamos de personas y animales entra en juego también la naturalidad con la que ese ser vivo se desenvuelve con la cámara.
Un simple gesto,un cambio de posición por minúsculo que sea, puede hacer que nuestra imagen vaya a la basura o por el contrario la convierta en una foto reseñable.
Las connotaciones que implica el lenguaje no verbal hacen que un simple giro de cabeza nos aporte intriga, miedo,atención, tristeza, dulzura o complicidad con tan solo el paso de 1/500 de segundo.
La mirada es sin duda el gesto mas delator dentro de la comunicación no verbal, lo que no engaña, lo que mas información nos aporta leyendo una imagen. Es el punto clave de la escena, donde se inicia la exploración visual y también donde se acaba.
Una mirada directa y fija puede generarnos tensión , o también complicidad. Entran en juego nuestra seguridad, nuestra armonía o inestabilidad…nuestras dudas como animales racionales que somos.
Ese momento en el que un animal sabe que estamos presentes, que cerramos el círculo de la escena, nos incluye en la fotografía, nos hace salirnos de ser un mero espectador; estamos incluidos a través de los ojos del animal. Hay un momento fotográfico en el que todo termina latiendo al compás, espectador y fotógrafo en uno, animal que nos delata en otro.
Incluir o no la mirada directa en las fotos que elegimos para mostrar es una cuestión personal no exenta de modas y existe todo un protocolo para sacar sobre todo en retratos la «cara buena» del retratado.
Independientemente de todo, es una cuestión de gusto personal y de lo que queremos trasmitir con nuestras imágenes.
Las fotos que ilustran la entrada, han sido tomadas con animales en libertad en el medio natural.