Hace unos días compartí con dos compañeros de Portfolio Natural una excursión por los páramos manchegos en la que más que fotografiar, luchamos contra los elementos. El viento era muy intenso y no era fácil hacer una foto nítida. Por la noche, después de una cena reparadora estuvimos un rato trasteando Lightroom, revisando por encima las imágenes del día. Una de ellas tenía una composición interesante, pero al ampliarla se veía claramente movida. La reacción inmediata fue «qué pena, esa foto no vale».
Herética imagen tomada con mi teléfono. Ålesund, Noruega
No estoy de acuerdo. Una foto de 18 o 24 MP movida no se puede imprimir salvo en pequeño tamaño, es cierto, pero con un poco de pericia se puede reducir su tamaño y corregir ese desenfoque. Si la foto merece la pena, ¿por qué no mostrarla y compartirla en una web, o imprimirla a 12x12cm y colgarla en la pared de tu casa? En un viaje reciente por Noruega, en el que me encontraba particularmente perezoso para llevar trípode y cámara a todas partes, tiré de móvil. Más de la mitad de las fotos que publiqué en mi web de ese viaje están hechas con el teléfono. Tres de ellas las tengo colgadas en mi dormitorio, y son un recuerdo fantástico de mi viaje. ¡Herejía!
Pienso que la fotografía como arte sobrepasa sobradamente los soportes, y las imperfecciones y las limitaciones técnicas de éstos. Las cámaras evolucionan a tal ritmo que lo que hace 10 años era tecnología punta hoy no vale para nada, sin embargo hace 10 años se hacían fotos maravillosas, igual que hoy.